Francisco Antonio Laureana: "El sátiro de San Isidro"





Fue considerado el asesino más prolífico del país, y a la vez, el menos conocido.



Laureana nació en Corrientes en 1952, su infancia trascurrió como interno en un colegio católico en la ciudad de Corrientes, fue seminarista en una orden religiosa. En julio de 1974 se mudó a la ciudad de San Isidro.
Era un artesano que esculpía hermosas figuras de madera, figuras gauchescas, ceniceros y caballitos y las vendía en un puesto de la Feria de San Isidro, sobre el parque arbolado que está frente a la Catedra. Las imitaciones de tótems y los gauchos que tallaba con un torno le habían hecho ganar el respeto de comerciantes y clientes. Quienes lo conocieron lo definieron como un “sujeto huraño, callado, de mirada torva y analfabeto”. Sus compañeros de trabajo comentaban que parecía ser un hombre muy serio, reservado y quizás un poco huraño. “Un tipo tímido”, lo definió la mujer que ofrecía sahumerios y velas caseras en la caseta de al lado.
Estaba casado y tenia 3 hijos, de quienes siempre se preocupaba. Todas las tardes, antes de salir hacia la plaza le decia a su mujer:
Gorda, cuidate. Y que los nenes no anden solos por la calle.
Mientras cerraba la puerta, insistía:
Que los nenes no salgan. Andan muchos degenerados sueltos. Chau.

Parecía ser una gran persona, pero aquel tipo corpulento, de manos pequeñas, humilde artesano y buen padre, tenia otra personalidad.







Laureana el Sátiro



Cada atardecer, al igual que el doctor Jekyll, se transfiguraba en un asesino impiadoso.
Ese partido bonaerense era la zona de caza del "depredador".
Su "modus operandi" era bastante elemental y tosco. Mientras iba o volvía caminando de la feria, se mantenía atento a una situación propicia. Ésta podía presentarse bajo la forma de una niña sola cerca de un baldío, o de una mujer que tomara sol en el jardín de uno de los chalets cuyas veredas recorría.
Laureana se desplazaba en un FIAT 600, en el mismo se hallaron en ese auto un  pistolón calibre 14 y una pistola calibre 7,65 mm.
Sus víctimas eran mujeres que tomaban sol en los chalés o que esperaban en paradas de colectivo. Las violaba, las estrangulaba y les arrancaba partes del cuerpo a mordiscones. Tenia una fuerza descomunal que inmovilizaba a sus victimas, también llegaba a matarlas a tiros, pero a la mayoría siempre las violaba. Su sed de mal no se agotaba: siempre quería más.










Los hechos




Casi todos los días miércoles y jueves cerca de las 6 de la tarde desaparecían una mujer o una niña en la ciudad y sus cuerpos sin vida eran encontrados poco tiempo después en baldíos, con signos de haber sido violadas y asesinadas salvajemente, en algunos casos estranguladas y en otros asesinadas con un revólver calibre 32.




El caso más resonante ocurrió el miércoles 23 de noviembre de 1972. La víctima fue Diana Goldstein, de 23 años. Era rubia, alta, linda, de ojos celestes, estudiaba periodismo y trabajaba en la fábrica de colchones de su padre. La encontró un canillita en el jardín de un vecino de la víctima, entre rosales y cipreses, en un chalé de Emilio Mitre 134, en Martínez.
La chica tenía un pulóver rojo y una pollera negra destrozados y le faltaban partes del cuerpo.
La autopsia, hecha por Osvaldo Raffo (uno de los forenses mas conocidos de Argentina), determinó que murió estrangulada, tras ser violada a pocas cuadras del lugar donde fue encontrado el cuerpo. Le faltaba un tercio de la lengua, el labio inferior, una parte de una mejilla, piel de la mano derecha, en el cuello y la punta de la nariz.
Su padre había denunciado la desaparición la noche anterior.
Era una hippie, le gustaba cantar en las fiestas, vestía de modo estrafalario”, dijo una vecina.
Al principio, la Policía detuvo a cuatro ex presuntos amantes de la chica: uno de ellos se hizo pasar por pianista en un crucero que la joven hizo a Río de Janeiro. Los liberaron. Los criminalistas confeccionaron una dentadura sobre la base de las mordidas que dejaba en el cuerpo de sus víctimas. Así eliminaron a 24 sospechosos, tras comparar las piezas dentales. “ Las mordidas eran violentísimas”, recuerda Raffo.

En el mes de enero de 1975, en el partido de Boulogne Sur Mer, sorprendió a las hermanitas Álvarez, Noemí Gabriela y Nora Beatriz, de 5 y 7 años respectivamente, las sofocó con una almohada y les disparó en la cabeza, se comprobaron severas lesiones genitales. Una vecina alertada por los gritos salió a la calle y vio a un hombre de aproximadamente 25 años de edad y de cabellos castaños. También un ingeniero que lo vio huir por el techo de una casa intentó detenerlo fue baleado por Laureana en el cuello.










El identikit





El hombre al que le disparó salió ileso y recurrió a la policia. Ese testigo fue clave para confeccionar el identikit del asesino. Un identikit que sorprendía porque era idéntico al criminal.
"Jamás olvidaría ese rostro"
Se supo así que era bajo de estatura, tenía el físico flaco de un atleta y una mirada “terrorífica” tambien se decía que solía vestir “jeans con zapatillas”
"Altura: 1,70; andar: ágil y esbelto; acento: norteño o de país limítrofe". Esas eran algunas de las descripciones que acompañaban un dibujo del rostro de un hombre que poco a poco se fue difundiendo entre los vecinos de San Isidro.


A partir de ese día,la Policía de San Isidro le puso varios anzuelos, aunque no logró atraparlo. Fracasaron los detectives con pelucas rubias y las mujeres policía semidesnudas tomando sol en piletas.









Su fatidico final




Su último ataque no llegó a concretarse:

El día 27 de febrero de 1975 Laureana volvió a atacar, se trataba de un chalet con pileta de natación de la calle Int. Tomkinson, partido de San Isidro.  En la pileta estaba una niña de 8 años de edad, que lo vio ingresar a través de la ligustrina, notó su parecido con la foto que su padre había pegado en la heladera y corrió a avisarle a la mamá.
Mamá ese es el hombre de la foto que mata a las nenas
La madre comenzó a gritar pidiendo auxilio. Laureana ganó la calle. Sin perder la calma, la señora, vía telefónica, alertó a la policía de la comisaría primera de San Isidro.

En apenas minutos, se inició la persecución. A unas diez cuadras de la vivienda, una patrulla lo identificó e intentó detenerlo

¡Laureana! –le gritó uno de los uniformados...

El hampón no respondió: sacó una bolsa que llevaba en el hombro un arma de fuego y empezó a disparar a los oficiales, iniciando así un tiroteo.  En la balacera, Laureana sufrió una herida en el hombro y escapó malherido,



Los agentes no tuvieron más que seguir el rastro de puntos rojos hasta un gallinero, que se encontraba en los fondos de una mansión, donde se había escondido. Allí no fue un policía quien lo aferró y lastimó en una pierna, sino el pastor alemán de los dueños de casa. Los gritos del artesano fueron escuchados por la brigada que entró a cazar al cazador.
Volvió a dispararnos y no tuvimos más remedio que darle muerte. Fue una pena porque la idea era apresarlo vivo para que contara todos sus crímenes y qué le pasaba por su mente”, declaró en ese entonces una fuente policial. Tenía entonces 35 años.



 “Con el auxilio de un perro y luego de dos tiroteos, matan en San Isidro al sátiro que en sus fechorías nocturnas asesinó a 15 mujeres en seis meses”, fue el extenso título del artículo que publicó el diario La Nación de esa época.

Según la Policía Bonaerense, a pesar de las heridas ofreció resistencia, tomó sus armas y les disparó a los agentes. Según versiones periodísticas de la época, el artesano ya estaba desarmado y fue fusilado, sin más. Los dos relatos coinciden en algo: a su lado, había dos gallinas estranguladas.
 “Su pulsión por matar era tan incontrolable que ni esas pobres gallinitas se salvaron








La investigación y la poca información



De acuerdo con los investigadores, su disociación mental quedaba manifiesta en que los crímenes sólo eran cometidos de miércoles o jueves, dos días en que las ventas de artesanías disminuían mucho, y en un horario en que la mayoría de los feriantes juntaba sus piezas y partía. La división entre el deber y el placer perverso estaba marcada maniáticamente: o era un trabajador honesto y padre de familia o era “El predador”. Nunca los dos a la vez.

El móvil de los homicidios, en contraste, no le quedó claro a los pesquisas, ya que no hubo robos. Más bien era un sátiro que se llevaba recuerdos de sus víctimas. El perito forense Osvaldo Raffo, que hizo la autopsia de Laureana, especuló ante la prensa que “en el fondo era un fetichista. Le gustaba volver a la escena del crimen para gozar y rememorar”.

Cuando se enteró de la vida oculta de Laureana, su esposa entró en estado de shock. Cuando los policías le mostraron el artículo de la sexta de La Razón, que daba cuenta del tiroteo en el que murió abatido su marido, sólo atinó a decir: “Acá tuvo que haber un error. Mi marido no pudo haber hecho todo eso. Era un padre, un buen marido, un artesano que amaba lo que hacía”. Sólo dijo que lo único que le molestaba de Laureana era que “manejaba como un loco”. En el su familia se animó a dar un solo paseo.
Un detalle escabroso es que huyó de la escuela luego de haber violado y ahorcado a una monja en las escaleras del establecimiento. La dejó colgada del techo con una soga.

Era el típico asesino en serie que considera que los humanos son un objeto de su propiedad, sus piezas privadas. Sentía excitación cuando mataba sin piedad. Con su fuerza bestial deshacía los cuellos.
Raffo define a Laureana como un error de la naturaleza, un ser ajeno a la sociedad. Un monstruo que alguna vez pasó por este mundo.



Quince violaciones y once homicidios fue el récord probado de “El predador de San Isidro”. El número, en realidad, fue reconstruido cuando la esposa de Laureana le entregó ala Justicia una bota que guardaba en su interior los dijes de las muertas. Gracias a esa evidencia, los peritos lograron ubicarlo en el lugar de los acontecimientos. Si mató a más mujeres, fue otro de los secretos que el artesano que parecía Mr. Hide se llevó a la tumba.


Aunque fue ignorado por la historia criminal argentina, Laureana mató más que el Petiso Orejudo y que Carlos Robledo Puch. Puede ser considerado tan temible como ellos.

Existen sólo tres fotografías de Francisco Antonio Laureana (22) y todas fueron tomadas por peritos forenses en la morgue, antes de la necropsia. La mirada fría de su cuerpo sin vida no distaba de la que tuvo mientras vivía
La imagen impacta: Laureana tiene los ojos abiertos. Es la mirada fría y penetrante que vieron sus víctimas antes de morir.


Si quieren ver las demás fotos de Laureana además de varios titulares, les dejó el blog de Osvaldo Raffo. Quien le hizo la autopsia, les aseguro que les interesará su pagina:
https://osvaldoraffo.wordpress.com/2013/12/10/laureana/








Filmografía


Caso Laureana en "Camara del Crimen"




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