La Payanca



En 1992 ocurriría un hecho que cambiaría General Villegas. Un predio rural, ubicado muy cerca del pueblo Elordi, se transformaría en sinónimo de masacre.


En el extremo noroeste de la provincia de Buenos Aires, a 465 kilómetros de Capital Federal, se encuentra el pueblo de General Villegas. En la localidad de Elordi, en el partido bonaerense de General Villegas, a pocos kilómetros del casco urbano del pueblo, hubo una estancia llamada “La Payanca” (nombre de un modo de enlazar al ganado por sus patas delanteras)


Pueblo de Elordi

Dicho campo perteneció a María Esther "Chila" Etcheritegui. Ella se crió desde muy chica con Arsénico Ochotego (padre adoptivo), un conocido estanciero que la llevó a vivir con él: la protegió, la cuidó y se desveló por ella hasta el día de su fallecimiento; no sin dejarle antes una sucesión. Siendo un poco más que una adolescente, obtuvo el nombrado campo ganadero de 700 hectáreas.
Se casó, a los 21 años, con Alberto Gianoglio y tuvieron dos hijos: Claudia, la mayor, y José Luis. Vivían felices en la estancia hasta que Alberto comenzó a cortejar a la mujer de Horacio Ortíz, uno de los peones de La Payanca. 

"Mire patrón, me he enterado que usted le anda arrastrando el ala a mi señora. Y si no la deja tranquila me va a obligar a hacer algo que no quiero" advirtió el hombre de campo al padre de familia.


El que avisa no traiciona, reza el dicho.



Una tarde de 1985, Ortiz esperó al patrón en la tranquera y, cuando lo vio aproximarse al galope de un zaino, le disparó cinco veces; murió en el acto. Posteriormente se entregaría en la comisaría de la ciudad y no tuvo problema en contar todo.


- ¿Por qué lo mataste?
- Se metió con mi mujer.
- ¿Y no había otro método para evitar la muerte?
- La ocasión es como el fierro: se ha de machacar caliente. Espóseme, oficial - sostuvo el peón, parafraseando al Martín Fierro.

Ortiz fue condenado a ocho años de cárcel, aunque pasó sólo la mitad de ese tiempo en el penal de Junín. Cuando salió en libertad condicional, nunca más se supo de él en el pueblo. 

Dos años después de la tragedia, Raúl Forte, un colono oriundo de Daireaux (Pcia. Buenos Aires) y padre de ocho hijos, se separó de su familia y formó pareja con la viuda María Esther.
La patrona siempre dejó en claro que Forte no llegó para remplazar el lugar de su esposo difunto y padre de sus dos hijos, si no que para ella era una compañía y contribuía con las actividades rurales.


Con la intensión de crecer, Doña Etcheritegui decidió utilizar algunas hectáreas para cultivar maíz, sin descuidar el ganado que tanto redito le dio. José Luis, el hijo menor, continuó con la tradición campesina de su familia y trabajaba a la par de su madre.


La familia parecía recuperarse de aquella tragedia que había golpeado sus vidas, pero no sería la última...



El hecho

En los primeros dias de mayo de 1992, el estanciero vecino Roberto Zunino notó que el tractor de los Etcheritegui llevaba días parado en el medio del campo con las luces encendidas. También le llamó la atención las luces prendidas, los animales se encontraban dispersos y sin rumbo fijo por todo el campo y peor aun: que no se divisaban personas. En definitiva, no pasaba nada. Por esta razón se dirigió a la comisaría de General Villegas; a unos 30 kilómetros del lugar. Ingresó a la dependencia y se dirigió al comisario de turno:


- Vea oficial, es raro lo que le voy a decir, pero en "La Payanca" pasa algo.
- ¿Algo como qué?
- No sé, directamente no pasa nada.
- Y si no pasa nada ¿Para qué vino?
- Quiero decir, es raro que no pase nada. Será mejor que se pegue una vuelta, por las dudas, vió.


Entrada de "La Payanca"

La mañana del 8 de mayo una patrulla rural llegaba al lugar. Los policías necesitaban un testigo y fue el mismo Roberto Zunino quien ingresó al hogar. Nadie respondió ante los llamados. Un olor nauseabundo impregnaba el lugar. Allí no se podía respirar. El ambiente realmente asustaba.
La policía empujó la puerta entornada de la cocina. Varias moscas revoloteaban por toda la casa. Ahí contemplarían el horror:
El cuerpo sin vida de María Esther Etcheritegui de Gianoglio (46) estaba en el comedor, aún conservaba en sus manos los anillos de oro. Le habían pegado dos balazos, uno detrás del otro. El primero lo recibió en las costillas, sobre un costado y el otro en la cabeza. También presentaba golpes. Al caer arrastró con ella la mesa de la televisión. Cuando encendieron la luz, descubrieron, no muy lejos de su madre, a José Luis Gianoglio (22). Lo habían golpeado duramente en la cara y en la cabeza. Un balazo le perforó el cráneo y terminó en la pared. Otro más le dio en una axila. Estaba descalzo, con medias, jean, camisa a cuadrille de mangas largas. A su lado estaba su billetera, vacía.
La casa había sido revuelta por completo, habían arrancado las cortinas y cortado los colchones. Parecía que buscaban algo, posiblemente dinero.

No terminaba ahí...


Imagenes del caso

La patrulla siguió buscando y encontró, cerca de un galpón, un auto Peugeot 504 con los neumáticos pinchados y una camioneta Chevrolet. En esa construcción de chapas, detrás de un catre, hallaron el tercer cuerpo: se trataba de un hombre al que golpearon y luego dispararon. La bala le reventó el paladar desfigurándole la cara. Tardaron tiempo en descubrir que se trataba de Francisco Luna, un linyera a quien la dueña de la estancia le permitía dormir en ese lugar a cambio de tareas en el parque. Al cuerpo lo dejaron tapado con las bolsas que usaba como frazadas. En el mismo galpón hallaron dos gatos muertos a golpes, que los asesinos colocaron uno junto al otro con las colas cruzadas formando una equis.




Con la tercera víctima la policía se convenció de rodear el casco del campo con una cinta para la ocasión: "Peligro not cross".


A la mañana siguiente, no solo había más patrulleros sino también numerosos periodistas. Una anciana de Elordi hablaba con la prensa:
- Yo estaba segura que algo malo iba a ocurrir.
- ¿Por qué dice eso, señora?
- Porque las otras noches los gallos cantaron tres veces seguidas.
- ¿Y eso que significa?
- Acá todos saben que cuando un gallo canta tres veces algo siniestro está por ocurrir.




Ese primer día de trabajo en la escena del crimen, los policías comenzaron a trabajar en una hipótesis. Creían que Alfredo Raúl Forte los había matado a todos y había escapado con el dinero. Pero instantes más tarde alguien grito: "¡Acá hay otro!". Ese "otro" era el sospechoso y estaba tendido a metros de la tranquera; allí donde descansaban los móviles policiales. Forte (49) llevaba pantalón jogging azul bajo hasta las rodillas y un buzo que le tapaba la cabeza. No había sido violado. Lo habían arrastrado y esa acción le había bajado los pantalones. Tenía los huesos de la cabeza destrozados y dos balazos en el pecho.



A pocos metros, al tractorista Javier Gallo (22) lo encontraron con un balazo en el ojo y otro en la cabeza. El primer tiro le atravesó el antebrazo derecho intentando defenderse, por lo que, le incrustó el ojo, El otro fue de gracia. A su lado había una barra de hierro de 90 centímetros de largo, seis de diámetro y de unos 10 kilos de peso.
A 250 metros de los cadáveres de Forte y Gallo, dentro del maizal, estaba Hugo Omar Reid (21), otro empleado. Lo mataron de dos tiros en la cabeza. A unos 30 metros de su cuerpo se halló un bolso con sus cosas. Había querido huir para salvarse.

Un dato en común: todos habían sido ejecutados por un revólver calibre 38.


La investigación

Los crímenes de La Payanca habían quedado a cargo del juez Guillermo Martín, de Tranque Lauquen, y de un grupo de policías al mando del comisario Mario Rodríguez y el subcomisario Osvaldo Seisdedos.

La masacre pudo ocurrir entre el 1 y 2 de mayo. Porque, según dijeron los forenses, los cuerpos llevaban una semana en descomposición. No había signos de defensa en casi ninguna de las víctimas, salvo Gallo que levantó un brazo frente a quien le disparó.


La noticia en el diario "La Nación"

Todo General Villegas quedó conmocionado por el suceso. Los diarios en aquel entonces no hablaban de otra cosa, incluso recordaron la primer tragedia y se preguntaban si Ortiz tenía algo que ver. 
Según descripciones de los vecinos, Ortiz había sido visto merodeando la zona poco antes de la masacre. Pero mientras continuaban los infructuosos rastrillajes para dar con nuevas pistas, se supo que Ortiz nunca se había movido de Venado Tuerto, lugar en el que vivía por entonces.

En una de las búsquedas, junto a una de las tranquera internas se encontraron chicles mascados y colillas de cigarrillos. Una botella de whisky estaba cerca de la casa principal, vacía. En una construcción abandonada hacía años hallaron una silla, una mesa con una vela, un jabón y el aerosol de un broncodilatador.
La torpeza policial fue protagonista una vez más: en su intensa búsqueda, pisotearon toda la escena del crimen y manipularon elementos claves para la investigación. Existieron los rumores que picanearon a más de un vecino para que brindaran información, pero nada tenían que ver.


Decían que solamente encontraron una sola huella digital, sobre la puerta de entrada de la casa principal y que pertenecía a José Luis Gianoglio. Sobre la entrada al galpón donde mataron al linyera había una marca de pisada: mocasín numero 42. Un grupo de policías fue a buscar armas al barrio El Ciclón. Llevaron un detector de metales pero en pleno procedimiento se enteraron que no funcionaba.

La naturaleza tampoco ayudó a la investigación. En los diez días que pasaron entre el hecho y el primer peritaje policial hubo dos tormentas muy fuertes que borraron rastros importantes.

El broche de oro fue cuando, por orden del juez, se abandonó la custodia del lugar. Por la madrugada varias personas –por lo menos más de tres por las huellas encontradas- saltaron la tranquera e ingresaron a “La Payanca”. Cavaron en la oscuridad un pozo de tres metros, conocían el sitio y sabían que allí había algo. Sustrajeron un tanque de grandes dimensiones, lo vaciaron y dejaron tirado. Otra incógnita que jamás se esclareció fue que había allí dentro.

Las hipótesis se sucedían una tras otra:

* Que en el campo había una pista de aterrizaje que era usada por narcotraficantes.
* Una venganza contra Forte o alguno de los propietarios.
* Que la dueña del campo había retirado 50 mil pesos de su cuenta. (desde el banco negaron los hechos y también era extraño que fuesen a robar y no se llevaran las joyas que había en la estancia)
*Una secta satanica.


Solamente detuvieron a Guillermo "El colorado" Díaz, un ex comisario que se lo acusaba de tener una enemistad con Gianoglio. Según se supo, en abril había ido a la casa de un amigo de José Luis Gianoglio y le había pedido plata prestada. Como ese amigo de Gianoglio no se la prestó entonces le robó dos armas. Díaz habló de inmediato y señaló a cuatro hombres: José Alberto "Ruso" Kuhn; Carlos "Manito" Fernández; Jorge "Satanás" Vera y Julio "El Loco" Yalet. Los cuatros frecuentaban los cabarets de General Villegas. Pronto, una prostituta declararía que había escuchado un diálogo entre Vera y Yalet en el que, presuntamente, se hacían cargo de la masacre mientras brindaban con champagne. Los cuatro sospechosos pasaron siete meses detenidos pero por faltas de pruebas la Cámara Penal los liberó y ordenó abrir una investigación sobre supuestas torturas.

En 1998 la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires mandó investigar al juez Martín (el del discurso de felicitación a los policías) por mal desempeño.


La Nada y el Olvido


Luego de las detenciones sin pruebas y sin obtener nuevas pistas, la causa empezaba a perder interés.
Los familiares de las víctimas demostraron deficiencias e irregularidades en la investigación, acusaron el incorrecto accionar de las fuerzas que quedó en evidencia.
Hubo marchas de silencio e insistentes reclamos de justicia, miedo, acusaciones, sospechas, recelo, etc.
En el cementerio de Villegas ni siquiera hay registro de las víctimas, salvo de Omar Reid; su familia fue la que más reclamó justicia. Esther Luzuriaga, madre del joven, expresó: “Desde aquel trágico día estuvimos muy solos, el pueblo nos acompañó muy poco, a Villegas no le importó que le arranquen seis vidas; ni la familia Gallo ni la de ninguno de los muertos apareció. Tampoco existen sospechas, estamos en la nadaA pesar que pasaron años y estamos como cuando pasó todo, no pierdo las esperanzas, no existe el crimen perfecto.


Los padres de Hugo Omar Reid sosteniendo una foto de su hijo

Con el tiempo el caso fue cayendo en el olvido y archivado.


El campo quedó en propiedad de Claudia Gianogli, única sobreviviente. No se encontraba en la estancia ya que, poco después de la muerte de su padre, se fue a estudiar a Buenos Aires y luego emigró a Mar del Plata tras haber contraído matrimonio con el actor de telenovelas Marco Estel. En el momento de la noticia fue con su pareja a Villegas para prestar declaración


Claudia Gianoglio yendo a declarar

Como dato curioso, a este actor se le recuerda por estar envuelto en un escándalo cuando su primera pareja, la recordada actriz Graciela Cimer, se suicidó en 1989. Motivo por el cual tuvo que alejarse de las cámaras.


Marco Estell retirándose con su pareja

Pero eso ya es otra historia...

Claro que el antecedente hizo que surgiera una versión que vinculaba al actor con la masacre, pero sólo fueron rumores que nunca llegaron a formar parte del expediente.


 Actualmente Claudia vive en Mar del Plata con su pareja. No volvió a General Villegas luego de la masacre. Alquila el campo a una semillera de Villegas que aprovecha el terreno fértil para cultivar soja.



Desde aquel mayo de 1992, la estancia está deshabitada, ningún peón quiere habitarla. Muchos cuentan relatos y mitos sobre lo que alguna vez fue tierra fertil, los pastizales arrancados con prolijidad, el maiz bien cultivado y el ganado bien cuidado.


La casa hoy

A mas de 20 años del hecho, hasta el de hoy se desconoce quien o quienes fueron y los motivos. El caso quedó impune. La casa está abandonada y todavía hay 450 hectáreas productivas. Ahora, en La Payanca solo cantan los pájaros y giran los molinos.



Filmografia






Corto sobre "La Payanca"



Teatro




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