Un caso que marcó un antes y un después, en la historia del gatillo fácil en la Argentina.
Miguel Bru, tenía 23 años y estudiaba periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. Vivía con amigos en una casa ocupada en calle 69 entre 1 y 115, donde ensayaban con su banda punk-rock, “Chempes 69”. Tambien hacian reuniones.
En la noche del 13 de abril de 1993, la policía realizó un allanamiento ilegal en la casa, muy violento y a punta de pistola, entrando al grito de “¡dónde está la merca!” y con una denuncia anónima por ruidos molestos. En el allanamiento rompieron varios instrumentos y se llevaron a algunos detenidos, sin encontrar rastro alguno de lo que buscaban. Miguel, creyendo que se protegía, luego de consultarlo con su madre, denunció al personal policial.
Miguel con amigos |
En la noche del 13 de abril de 1993, la policía realizó un allanamiento ilegal en la casa, muy violento y a punta de pistola, entrando al grito de “¡dónde está la merca!” y con una denuncia anónima por ruidos molestos. En el allanamiento rompieron varios instrumentos y se llevaron a algunos detenidos, sin encontrar rastro alguno de lo que buscaban. Miguel, creyendo que se protegía, luego de consultarlo con su madre, denunció al personal policial.
Días después, Miguel Bru se dirigió solo a la Comisaría 9°, a cuyo cargo había estado el operativo. Allí radicó una denuncia contra la misma policía, que habría quedado registrada bajo la carátula “Miguel Bru contra la Comisaría 9°”.
A partir de la denuncia de Miguel, la situación en la casa se volvió tensa. Un mes después sufrieron otro violento allanamiento por un supuesto robo a un kiosco que nunca existió y se hicieron insistentes los hostigamientos de la policía que empezaron a provocar nervios en los jóvenes. Lo amenazaban diciendo que si no retiraba la denuncia lo matarían, lo insultaban lo perseguían a paso de hombre con sus autos, incluso en presencia de su novia y de sus amigos.
El día
El 16 de agosto, Miguel visitó a su madre Rosa Schonfeld de Bru. Ella lo notó preocupado, y él le dijo que pensaban mudarse porque la policía iba demasiado seguido. Decidió cuidar la casa de unos amigos que vivían en el campo a 50 kilómetros de la ciudad de La Plata. Aquella fue la última vez que Rosa lo vio.
El 18 de agosto de 1993, sus compañeros de facultad, amigos y amigas más cercanas comenzaron a preocuparse por su ausencia.
En las orillas del Río de La Plata, cerca de la casa que Miguel debía cuidar, sus amigos encontraron su bicicleta y ropa bien acomodada. Durante los primeros días las hipótesis que surgían era que se había ido, a la semana que algo le había pasado. Sin embargo, en un principio no surgió la idea de que la policía podía llegar a estar involucrada. Al contrario, Rosa deambulaba por las Comisarías, donde se negaban a tomarle la denuncia y le daban falsas indicaciones. La policía no quería tomar la denuncia por su desaparición en ninguna de las comisarías donde peregrinaba su madre y tampoco quería buscarlo. Comenzaron entonces con lo que primero fueron sospechas y luego certezas: Miguel era otra víctima más del atroz accionar del personal policial.
La investigación
Quienes empezaron a sospechar sobre lo sucedido, fueron los compañeros de estudio de Miguel de la Escuela de Periodismo y Comunicación Social. Le dijeron a Rosa que sospechaban de la policía, y así se fue conformando la Comisión de Familiares, Amigos y Compañeros de Miguel. Empezaron a realizarse las primeras movilizaciones con miles de personas, impulsadas por el conocimiento periodístico de los compañeros de Miguel que lucharon para mantenerlo presente en los medios. Desde la facultad empezaron a elaborar un sin número de documentos políticos y periodísticos directos y punzantes, que mezclaban la fuerza, la ternura y el dolor sincero de una madre con la formación y la juventud de estudiantes universitarios de periodismo.
La madre de Miguel en una de las primeras marchas por la aparición de su hijo |
Por su parte, los policías tenían a su favor un hecho clave: la complicidad judicial. El juez de la causa, Amílcar Vara, misteriosamente se negaba a vincular la desaparición de Miguel con la actividad del personal policial y públicamente aseguraba “mantengo la íntima convicción de que Miguel está vivo”. En sus oficinas, varias personas escucharon frases tales como “mirá lo que parece en esta foto. Seguro que era homosexual y drogadicto”, e incluso llegó a decirle a Rosa Bru, sin fundamento alguno, “sospecho que se ha ido con alguna chica a Brasil”. Este tipo de frases también fue escuchado por las madres de los desaparecidos de la última dictadura cuando golpeaban las puertas de los militares para pedirles explicaciones sobre la desaparición de sus hijos. Con argumentos similares se amasó, durante muchos años, el inconsciente social argentino. Las frases “en algo andará” o “por algo será”, justificaron desde todos los estratos sociales, los crímenes aberrantes que hoy se están contando.
Por si fuera poco, el juez Vara no volcaba en los expedientes las declaraciones que vinculaban a los policías con el hecho, trabó durante años la investigación, se negó a tomar los testimonios de los amigos contra la policía, mantenía la carátula de la causa como averiguación de paradero y no le permitía a Rosa Bru,intervenir en la misma como particular damnificado, alegando que “si no hay cuerpo, no hay delito”, un argumento que también utilizaban los responsables de la desaparición de personas durante la última dictadura militar. Sus fundamentos iban cayendo a medida que se aportaban más pruebas que incriminaba a la policía.
Finalmente, los familiares y amigos de Miguel consiguieron que fuera sometido a un jury de enjuiciamiento, para ser destituido al comprobársele irregularidades en 26 causas distintas en las cuales estaba involucrado personal policial. Dos años después, en 1995, Vara fue apartado, pero no sólo por el encubrimiento perpetrado en el caso de Miguel, sino en dichas causas donde la policía era investigada. Entre ellos se encontraba el caso de Andrés Núñez, albañil secuestrado, asesinado y desaparecido por la Brigada de Investigaciones de La Plata. La situación se hizo insostenible para Vara cuando se filtró que en un asado en la Comisaría 5° pidió a los uniformados que mataran a la jueza Tempera, que había reunido información sobre sus vínculos con la policía.
Los titulares |
Este caso fue víctima, asimismo, de un accionar histórico en los procedimientos de las fuerzas de seguridad argentinas, el denominado “espíritu de cuerpo”, que es el encubrimiento y la complicidad de toda la fuerza cuando un miembro de ella comete una irregularidad, sin importar la gravedad de la misma. Pedro Klodzyc, jefe de la policía bonaerense en ese momento, hoy recordado como uno de los máximos impulsores de la llamada “maldita policía”, dijo en ese momento “no hay ningún nexo que permita vincular el accionar de personal policial con la desaparición de Bru”, a pesar de las declaraciones de sus familiares y amigos que señalaban que Miguel era permanentemente amenazado por efectivos. Pero, como dicen algunos, “el delito perfecto no existe”.
Las pruebas
Rosa Bru se enteró por una mujer que Miguel había estado detenido en la Comisaría 9°. “Ahora puedo hablar porque a mi hermano ya lo mataron” le dijo. Se trataba de la hermana de Horacio Suazo, quien estaba detenido aquella noche del 17 de agosto en la Comisaría 9° y vió como le pegaban a Miguel. “Qué le hicieron a ese pibe” le gritó a los policías y amenazó con denunciarlos. Dándose cuenta del testigo, los uniformados empezaron a amenazarlo. Por temor, Suazo le contó a su hermana lo que había visto. Poco después de 17 de agosto, tras ser liberado, Horacio fue asesinado en un operativo con pruebas armadas. Similar muerte tuvo Mauro Martínez, también testigo de la causa. Fue asesinado el 21 de junio de 2002 en un supuesto enfrentamiento con la Policía.
La mujer le contó Rosa lo que había escuchado de labios de su hermano. Luego de buscarla incansablemente durante varias noches de vigilia, Rosa finalmente la encuentra y registra el testimonio con un grabador escondido en su cartera. Pocos días después, entrega la cinta a un diario que publica el texto y al juez no le queda más remedio que detener a los policías y excusarse de la causa para ser sometido a juicio, ya que tampoco había volcado en los expedientes el testimonio que ésta le había hecho luego de la muerte de su hermano. “Ella era prostituta y no quise embarrar la causa”, le decía el ex juez Vara a la madre de Miguel.
En aquel entonces, el Juez Szelagowski tomó la causa, y con el tiempo Rosa depositó su confianza en él.Gracias a las declaraciones de seis detenidos en la Comisaría 9º que oficiaron de testigos del caso, pudo saberse que Miguel Bru fue ingresado en esa seccional el 17 de agosto de 1993, entre las 11 y 12 de la noche. Los presos, al escuchar los gritos de Miguel, espiaron por las ventanas de sus celdas y vieron cómo era torturado hasta la muerte con la práctica denominada del submarino seco, esto es golpes en el estómago con una bolsa de nylon en la cabeza que produce asfixia, un método también utilizado durante la dictadura. Por si con el testimonio un hubiera sido suficiente, se realizó además una pericia caligráfica sobre el libro de guardia de la seccional, en donde se asienta la entrada y salida de detenidos. En él había sido escrito el nombre de Miguel Bru, y luego borrado. En el lugar, encima del borrón, aparecía el nombre de otro detenido.
Sin un juez corrupto al frente de la investigación penal, y con la presión ejercida por el estado público que había tomado la misma, las pruebas se sumaban y se convertían en irrefutables.
Juicio
Durante el juicio declararon 160 testigos. Entre ellos se encontraron los que aquella noche habían estado detenidos. Con temor y valentía relataron lo que había sucedido aquel 17 de agosto de 1993 en los calabozos de la Comisaría 9°. Uno de ellos,Martínez, se rió en la audiencia cuando le preguntaron si eran comunes las torturas en la novena. “La sala de radio; le decíamos así porque ponían la radio fuerte para tapar los gritos” recordó al señalar donde habían llevado a Miguel. También contó que lo tiraron en la celda, donde con un compañero del calabozo se dieron cuenta que estaba inconsciente e intentaron mojarlo y acostarlo en una cama. “Después se lo llevaron y no lo volvimos a ver” sostuvo en el juicio oral.
Justo López durante el juicio |
En 1995 se dictó la prisión preventiva al sargento Justo López –que ya tenía numerosas denuncias por abusos y violaciones de todo tipo en la dependencia de asuntos internos de la fuerza-, y en 1996 se ordenó la detención del subcomisario Walter Abrigo, el Comisario Juan Domingo Ojeda, y los efectivos Jorge Gorosito y Ramón Cerecetto.
Walter Abrigo |
Un artículo del diario Página 12 del 18 de mayo de 1999 recuerda el día de la condena. El artículo de Horacio Cechi y Eduardo Videla señala que “en la calle, el clima había sido más tenso. Decenas de personas se quedaron sin entrar. Hubo empujones y la Infantería dispersó a los golpes a algunos estudiantes. En la calle hubo una multitudinaria vigilia: más de 200 personas soportaron el frío y siguieron con atención la lectura de la sentencia”. El mismo artículo señala que la lectura prevista para las 18:00hs se inició recién a las 21:45, cuando los jueces Eduardo Hortel, Luis Pedro Soria, y María Clelia Rosentock entraron a la sala.
Despues del juicio
En 2003, la Suprema Corte Bonaerense dejó firme la condena a ambos ex funcionarios policiales. El entonces comisario de la 9°, Juan Domingo Ojeda, fue condenado a dos años de cumplimiento efectivo de la pena, pero recuperó su libertad con sólo ocho meses de prisión, al igual que el oficial Ramón Cerecetto. Walter Abrigo murió el 21 de octubre de 2003 en la Unidad Penal N°24 de Florencio Varela de un paro cardíaco.
Por su parte, Justo López empezó a gozar de salidas transitorias el miércoles 11 de julio de 2012, en un polémico fallo de la Sala 1 de la Cámara Penal de La Plata. La defensa del ex policía pidió la excarcelación basándose en el Código Penal de la Nación, a pesar de que el código provincial no permite gozar de ese beneficio en casos de torturas seguidas de muerte.
En aquel entonces Rosa se mostró indignada con la decisión de los jueces, que afirmaron que el detenido tuvo una legajo intachable. “Intachable debería haber sido su conducta mientras que era policía, ese era su labor en la policía; durante el juicio no colaboró en ningún momento, dijo que era inocente y que ya lo teníamos cansado con todo eso, eso es lo único que lo escuche decir” sostuvo la madre de Miguel, que también agregó que “ahora va a festejar y nosotros vamos a tener que seguir preguntando dónde está Miguel”
La Asociación Miguel Bru continúa exigiendo el procesamiento de los policías que estaban en servicio en la Comisaría 9° la noche del 17 de agosto de 1993, por considerarlos cómplices del hecho, así como la investigación penal al primer juez que entendió en la causa, Amílcar Vara.
El cuerpo de Miguel sigue sin aparecer hasta hoy en día, pero su muerte pudo comprobarse a través de pruebas indirectas. El cuerpo del delito puede configurarse sin la aparición del cadáver, ya que pueden considerarse otros elementos de juicio, como en este caso, la pericia caligráfica sobre el libro de guardia y los testimonios de los detenidos en la Comisaría 9º.
Cristian Alarcón, amigo de Miguel, quien con su investigación periodística en el diario Página 12, fue uno de los impulsores para que se supiera la verdad, escribió: “Miguel era parte de una gran banda que sabía pasarla bien, aunque golpeada, solía caminar en zigzag en grandes patios llenos de rock cuando éramos universitarios y estudiábamos periodismo en lo que llamábamos la Escuelita. Solíamos escaparnos irresponsablemente de las clases aburridas para seguir el ritmo de la ciudad donde en esa época los pibes no querían dormirse y todo devenía en festejo, ruidos de baterías punkies, cierta nube de precoz desesperanza mezclada con la candidez y la virginidad más desenfadada que haya conocido”.
Uno de los miembros y padrino de la Asociación Miguel Bru, es el cantautor León Gieco,
quien llegó a realizar un festival solidario a beneficio de la Asociación.
León Gieco junto a Rose Bru |
20 años despues del caso, Rosa Bru contó su lucha y lo que significó ese reclamo para la sociedad:
“No teníamos contacto con la realidad. El papá de Miguel era policía, creíamos en las instituciones. Con la desaparición de Miguel conocimos la corrupción policial y judicial, la complicidad política. Recuerdo que en aquel entonces el gobernador bonaerense era (Eduardo) Duhalde y afirmaba que teníamos ‘la mejor policía del mundo’, con (Pedro) Klodczyk a la cabeza, cuando era una policía que torturaba y asesinaba jóvenes
A pesar de eso, descubrimos el compromiso y la solidaridad, sobre todo de los estudiantes que eran compañeros de Miguel y que fueron los que salieron a luchar por el esclarecimiento. Sin ellos, tal vez todavía estaríamos esperando que regresara de Brasil o de los países donde nos decían que se había ido"
Rosa hoy sigue buscando el cuerpo de su hijo, que guarda en un perverso y hermético secreto Justo López. .
Filmografía
Juicio
Video original realizado en 1993 por dos estudiantes de periodismo para la cátedra de Televisivo en la facultad de Periodismo de La Plata. En ese momento, a tres meses de la desaparición Miguel
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