"Un crimen espeluznante, / monstruoso y sensacional, / es el que se ha cometido / aquí, en esta capital. / Este crimen se asemeja / al del nuevo Barba Azul, / que de una mujer los restos / viajar hizo en un baúl"
El 20 de junio de 1930 dos ciudadanos españoles de nombre Marcelino Dominguez y Genaro Ortiz habían llegado a Lima, Perú, en busca de aventuras. Eran dos tipos jovenes, carismaticos, aventureros y elegantes, pues conocían las ventajas de la buena presencia. En Buenos Aires habían sido mozos de café y en Bolivia fungieron de croupiers (empleados de casino).
Genaro Ortiz |
Se habían alojado en la habitación 89 del tercer piso, del Hotel Comercio (establecido en 1895), ubicado en la esquina de las calles Pescadería y Rastro de San Francisco (actualmente cuadra 1 del jirón Carabaya y cuadra 2 del jirón Ancash, junto a palacio de gobierno)
El viejo Hotel Comercio |
El primer día que llegaron salieron a conocer la ciudad. Al día siguiente, disfrutaron de un partido de fútbol en el viejo Stadium Nacional, más tarde los vieron juntos en la Sastrería París y en la Relojería Rugby. Sin embargo, su estadía no dudaría mucho.
El interior del hotel |
El hecho
Se decía que eran socios de negocios, pero lo cierto es que se dedicaban a estafar y asaltar. Justamente tras arribar Bolivia, traían un botín oculto, fruto de su último pillaje. Aquel 24 de junio, luego de almorzar, hubo una fuerte discusión por el reparto del botín. Tras calmarse los ánimos, Marcelino Domínguez se recostó en un catre cerca a la pared quedando dormido, Ortiz aprovechó la ocasión para tomar de un martillo y propinarle el golpe en la cabeza, herida que produjo que emane mucha sangre y manche el piso y catre. Ortiz procedió a limpiarla con una toalla y un balde agua para no dejar restos hemáticos.
Una vez muerto su amigo y detenida la hemorragia, pensó cómo deshacerse del cadáver. Lee en el periódico que la familia Buendía alquilaba una habitación en la calle Concha 356 (tercera cuadra del Jirón Ica) por 40 soles. Es ahí cuando idea descuartizarlo y adquiere dos maletas. Compra un cuchillo de cocina y un frasco grande de desinfectante a base de amoniaco. Tarda toda la noche en seccionar el cuerpo de Marcelino, pero lo hace como un cirujano experto y lo acomoda en dos maletas. Al día siguiente, el 25 de junio de 1930, se presenta en la dirección señalada con el “equipaje”, cerró con candado la habitación y dijo que luego regresaría por sus maletas. Nunca regresó, tomó un barco con dirección a Panamá.
El pasaporte |
El hallazgo
Días después, algo raro en el ambiente inquieta a la familia Buendía, que solía sentarse a la mesa todos los días a las 6 de la tarde. Mientras servían la sopa, el jefe de familia termina sintiendo una fetidez generalizada cerca de la puerta del cuarto de alquiler y llama a la Policía (Comisaría de Monserrate). Era el 1 de julio. El comisario descerrajó la puerta y encontró dos maletas a punto de reventar. Ya en la Morgue, abrieron las maletas y vieron el cuerpo de un hombre seccionado en seis partes. En una maleta estaba el tronco del cuerpo decapitado con los brazos unidos; vestía un saco de casimir oscuro y un chaleco de la misma tela. En la otra maleta, se encontraron la cabeza y las piernas dobladas de tal manera que todo cupiera. En ambas maletas, el cuerpo seccionado estaba envuelto en ejemplares de los diarios capitalinos.
El cadaver |
El médico legista, Américo Accinelli confesó que, en 10 años que llevaba en la Morgue, era la primera vez que dejó de comer un día entero. El resultado de la necropsia dijo que se trataba de un hombre de aproximadamente 30 años de edad y de una estatura de 1.65 metros; en la cabeza presentaba en al parte izquierda del frontal una fractura que mostraba la masa encefálica al descubierto producida por un arma contundente.
La primera en declarar fue la señora Buendía. Dijo que el inquilino era alto, atractivo, de ojos verdes y de aspecto extranjero: “cuando se acercó a mí, me envolvió con su perfume, un caballero distinguido, un artista tal vez”. Luego se supo que usaba un perfume llamado Imán de Coty.
El crimen pronto se hizo eco y alcanzó el morbo. Lima tenía un crimen tan atroz como los de Jack el destripador. Los diarios no paraban de hablar lo mismo, incluso llegaron a arrancar las paginas del horror.
"Por fin tenemos en nuestro medio, uno de esos crímenes horripilantes que son moneda corriente en Londres, Nueva York, Berlín o Chicago” escribió Clemente Palma, director de la Revista “Variedades”, una de las más importantes de los años 30
Uno de los titulares |
Captura y curiosidad
Semanas después, Ortiz fue capturado en Panamá y devuelto a lima en el vapor Aconcagua. Aunque no opuso resistencia fue llevado a la fuerza hasta desembarcar en el Callao. Lo mas llamativo fue la gente que se acercaba para verlo. Cientos de limeños sorprendidos por el macabro crimen lo esperaban para verlo de cerca. Se dice que su aspecto físico, según los diarios “muy parecido a un actor de cine”, captó la atención de las limeñas de la época.
“Desde temprano crecida cantidad de público habíase congregado en el muelle y cerca de los desembarcaderos. La plaza vecina presentaba también animado aspecto. A medida que transcurrían las horas, la muchedumbre se hacía compacta calculándose en varios miles de personas” redactaba El Comercio
“La policía trató de burlar el asedio utilizando el muelle de la Escuela Naval, pero cuando Ortiz ya estaba en tierra cuatro señoritas lograron acercarse y una de ellas le entregó una medalla de santa Teresita del Niño Jesús. Dos cuadras más adelante, la caravana fue interceptada por la multitud y otra mujer logró subir al pescante del coche”. Luis Jochamowitz, escritor y cronista.
Juicio, declaración y condena
Ortiz declaró ante el juez que el móvil se trató de una discusión por el robo de alhajas en Bolivia, que ingresaron ilegalmente al país por la frontera de Puno. Contó con lujos de detalles como había asesinado a su compañero y como planeó deshacerse del cadáver y huir del país. En relación al robo, se telegrafió a Bolivia, donde la agraviada recuperó sus alhajas.
El descuartizador fue sentenciado a 25 años. Fue recluido en la celda número 85 de la Penitenciaría de Lima (la recordada cárcel limeña conocida como el Panóptico), que la empapeló de amarillo y con figuras de revistas. Sin embargo, su reclusión no impidió que la prensa lo buscara. En El Comercio, por ejemplo, publicó una breve autobiografía. Otro tabloide publicó una serie de capítulos titulada “La vida anecdótica y sentimental de Genaro Ortiz”, a cargo de un español llamado Carlos del Mar, quien había compartido celda durante 22 días con Ortiz por una calumnia femenina finalmente aclarada. Era la vida del descuartizador desde su infancia en Galicia hasta el día fatal en el Hotel Comercio.
Pero lo mas interesante eran los sentimientos que dividían al país. Algunos lo aborrecían, otras abogaban por él y reclamaban clemencia. A muchos les costó creer que un hombre tan carismático y galán fuera en verdad un desalmado asesino, pues consideraban que su rostro no era el de tal.
Aunque la simpatía femenina no pudo salvarlo, hubo una especie de “alianza” entre las mujeres y el descuartizador. Cuentan que a su celda llegaban estampas, escapularios y dulces dejados por decenas de mujeres en la portería de la prisión. Una mujer, Tula Puente, fue su fiel “compañera”. Su nacionalidad chilena y su oficio de “artista” o “corista” obviaban más comentarios. Su “biógrafo”, Del Mar, decía que se conocieron en Valparaíso cuando probaba fortuna en las ruletas de los casinos y que en Lima “estalló” el amor entre ambos, ahora en circunstancias difíciles. Los diarios se prendieron de la chilena y la policía la hostigaba. La mujer dio una breve entrevista a La Crónica:
-¿Y usted ama a Genaro Ortiz?
-Entrañablemente…
-¿No le inspira ningún temor? ¿No se le ocurre que podría descuartizarla también?
-¿Y no cree usted que sería una dicha morir en manos del ser a quien se ama? Pensar en eso me produce una voluptuosidad innegable.
-No es creíble lo que se dice, a menos que sea una aprovechada alumna del marqués de Sade.
-Seré lo que ustedes quieran, pero es absolutamente cierto, lo amo.
Después del juicio
A Tula Puente se le perdió el rastro. Pasados los años, un indulto por Fiestas Patrias, dejó libre a Ortiz. Nunca regresó a Galicia, donde estaban su madre y hermana. Prefirió quedarse en el Perú y pasar inadvertido con otro nombre. A mediados de los años 50, alguien lo reconoció en un ómnibus a Chimbote y el “descubrimiento” estalló en la prensa. En esas circunstancias, la revista Caretas lo defendió en un artículo y pidió que lo dejaran en paz, pues ya había pagado sus culpas. A los días, un hombre desconocido, con lentes oscuros, se presentó en la redacción de la revista y pidió ver a Doris Gibson, la directora. Era el descuartizador del Hotel Comercio. Se quitó los anteojos y agradeció, casi con timidez, la defensa. Después se alejó a pie por el Jirón Camaná y se confundió entre la gente. Nunca más se supo de él.
Muchas hipótesis se tejieron en torno a tan cruel asesinato, principalmente que el dinero no fue el único móvil. Lo cierto es que Genaro Ortiz nunca quiso dar detalles sobre lo sucedido.
Los propietarios del Hotel Comercio borraron el número 89 de la habitación que ocuparon los españoles. Nadie quería alojarse en los ambientes donde el trastornado Genaro Ortiz perpetró su despedazamiento.
Hoy el “Hotel Comercio” ya no existe, el local está cerrado, su fachada da una idea de su esplendor en el pasado, solo conservando en su primer piso a uno de los restaurantes más tradicionales de Lima “El Cordano”.
El Hotel hoy dia |
El crimen ocurrido ahí, marcó a toda una generación de limeños y su tétrica historia conmueve aún hoy día.
Filmografía
Bibliografía
El descuartizador del hotel comercio y otras crónicas policiales - Luis Jochamowitz |
Buena y detallada información. Felicitaciones!
Jajaja esos 2 eran cabros y se pelean x q el chato marcelino q era el hombre una noche antes se pasaron de copas y este se fue con una mujer...... a su retorno se armo la grande .....